martes, 8 de septiembre de 2009

Lecciones de Microbús

Fue un mal día, y no por lo que acontecido “durante” sino al final de la jornada. Transcurrió en un vehículo público mientras me dirigía a casa. Iba de lo más tranquilo, meditando en la nota mediocre que me había sacado y que me llevaba a darle fuerza pragmática a aquella premisa que dice que cada uno tiene lo que se merece. Me pareció injusto que yo tuviera aquella calificación considerando sobretodo que yo me había matado estudiando para ese examen, pero en fin me consolé pensando que al menos había aprobado y eso era lo importante o al menos eso quería que creyera mi subconsciente para que no me hiciera roña en los momentos previos de caer en profundo sueño. Y de pronto la voz tosca del cobrador irrumpió mis reflexiones al pedir insistentemente que se procediera a pagarle en sencillo el valor de los pasajes. Lo que molestaba en demasía era que lo pedía con apresuramiento, y eso no era muy dable que digamos puesto que el vehículo, como ya se ha vuelto costumbre, albergaba más pasajeros de lo que la capacidad decente y confortable puede albergar. Pero de todas maneras todos los allí presentes, apelando al malabarismo microbusero, sacamos a tiempo nuestras monedas motivados principalmente por acallar lo antes posible ese vozarrón tan falto de buenos modales y también de buena higiene. Hubo un tipo a mi atrás que le pagó, él aseguraba con una moneda de cinco soles, muy parecida a la de dos, que casualmente también fue dada por una señorita que le pagó simultáneamente. Cuando el cobrador le dio como vuelto un sol, el tipo explotó en ira recalcando que su vuelto debía ser cuatro soles. Al principio el cobrador hizo vibrar su vozarrón de manera afable haciendo constar con estirada de mano de por medio que éste había recibido dos y no cinco soles como el otro aseguraba. La trifulca verbal no se hizo esperar, el cobrador engoló más su voz para dejar bien en claro su posición, mientras el otro en su afán de no dejarse lo zahirió diciéndole “delincuente, conmigo no te vas a pasar de vivo”. Los allí presentes entre impávidos e indiferentes tan sólo nos limitábamos a presenciar pasivamente aquel encontronazo que se atizó más con la llegada de una respuesta cargada de mayor insidia “¿delincuente?, tú eres el delincuente que busca recibir lo que en verdad a la señorita le corresponde”. Fue un bamboleo diatriboso que me produjo una severa incomodidad debido a que sus invectivas cada vez más altisonantes manifestaban una contundente falta de civismo al pisotear el respeto tácito que debían demostrar hacia los demás. Y lo peor era que nadie osaba a ponerle una cota mesurada a aquella situación, sobretodo porque la asfixia de presenciar semejante barbarismo no tenía visos de acabar lo cual conllevaba a seguir soportando lo insoportable. Se me vino a la mente aquel pasaje bíblico que a la letra dice que ni los mentirosos, ni los maricas, ni los cobardes entrarán en el reino de los cielos, o sea ya estaba que nadie de lo allí presentes iba a tener una morada en el preciado y celestial lugar que está destinado para los que saben seguir los preceptos del libro divino, ya que todos se hacían a los locos concentrándose más bien en escuchar los fraseos soeces que se prodigaban aquellos dos que habían caído en el salvajismo absoluto. El aire cargado de tensión hizo que una señorita sintiera mareos, seguramente por su alta sensibilidad, lo cual motivó que otra señorita con alto sentido de urbanidad le cediera su lugar para que la cosa no pasara a mayores. Eso igual no le importó a nadie. La radio que estaba a medio volumen expectoró un chirrido producto de la frenada pues alguien por fin se dignaba a interrumpir la fullona pidiendo bajar en la próxima esquina. Eso marcó un hito de quiebre que menguó los ímpetus de ambos querellantes quienes entre amenazas paradójicamente se exigían respeto, uno apelando a que los cabellos entrecanos se tenían que respetar, y el otro a que semejante viejón no tenía porque igualarse a un chiquillo que en su indefensión simplemente se limitaba a reclamar lo justo. Ni más ni menos.
Cuando me bajé del microbús hice un contraste de lo acontecido con mi caso. Para empezar estaba claro que alguien allí no había sido honesto, y tal vez lo peculiar estribaba en que toda la contienda generada se haya debido al aprovechamiento de la chica quien probablemente fue la que realmente pagó con una moneda de dos soles. Quién puede tener esa certeza sino el que todo lo ve desde el ventanal etéreo, lo que es yo he sacado a colación el significado de algo que siempre supe pero que eventualidades como ésa recién te hacen ponerlo en el podio de lo verdaderamente aleccionador. Cuando finges estudiar dizque porque estás tras un cuaderno al que sueles tamborilear con el lapicero mientras vas haciendo uno que otro ejercicio que apenas si llegan a cinco en el lapso de dos días, fácilmente te puedes convertir en aquel cobrador burdo que recibe cinco y da vuelto de dos, o en aquel mozalbete insolentón que paga dos para luego decir que su cambio debe ser de cinco. O quizá ser como aquella chica que sutilmente desató una tempestad y se la endilgó a esos dos mientras ella muy suelta de huesos bajaba del microbús para luego zamparle un beso a su enamorado quien la estaba esperando con una sonrisa angelical mientras el cobrador en el punto más álgido de su exasperación aludía “Infeliz si sigues de faltoso te voy a romper la boca”, recibiendo como refutación, “¿Así?, pues ya veremos si no soy yo el que te la rompe primero”.